Historia de Amposta
Conocemos los precedentes en el poblamiento de nuestras regiones, gracias a los descubrimientos arqueológicos, principalmente los yacimientos neolíticos y paleoibéricos de los cuales conserva un significativo testimonio el Museo del Montsià.
Los llercavons fueron los primeros pobladores que conocemos, de las comarcas meridionales catalanas, los cuales quizás hicieron migraciones río arriba. Destacados historiadores, como Esteve, Schulten y Bosch, han situado la antigua Hibera justo en el actual lugar de nuestra ciudad.
En la segunda guerra púnica, cuando el 217 aC Gneu Corneli Escipió salió de Tarraco con 25 naves las fondea en las bocas del Ebro, y derrota la escuadra de Amilcar Barca. Titus Livi, dos años más tarde, relata la contraofensiva de Asdrúbal, resuelta con la victoria romana en la batalla de Hibera, señalando que las tropas romanas venidas de Tarragona pasaron el río, afirmación que la sitúa al margen derecho del Ebro. También consideramos muy significativa la existencia de numerosas y ricas necrópolis y de los extensos campos de urnas funerarias que hacen pensar en la proximidad de una población importante. La primera información en nuestro poder es una valiosa moneda de cobre correspondiente al reinado de Octavi (27c.C. en 27 d.C.), una nave con timonel, bajo la inscripción: ILERCAVONIA, y en el reverso un barco con arboladura, velas y remos: MVN. HIBERA IVLIA, que autorizados numismáticos atribuyen a nuestros antepasados.
Con respecto a su topónimo, una de las hipótesis más adecuadas es la que defiende la etimología latina de Amni Imposita, significando ‘puesta sobre el río’, denominación debería sustituir la de Hibera.
El descubrimiento de muros árabes cerca de los cimientos del Castillo de Amposta, nos enteran de la presencia del mundo islámico, juntamente a otros vestigios de aquella cultura en nuestra comarca. Las primeras noticias de Amposta fechan del 1098, antes de ser conquistadas por los cristianos.
Fue el conde Ramon Berenguer III quien pactó con su primo, el conde Artau Il de Pallars, cediéndole en feudo estas tierras a cambio de su ayuda en la conquista de Tortosa, obligándose a construir un castillo que guardara la entrada del río. La iglesia de Amposta y la villa de la Ràpita fue dada en el monasterio de Sant Cugat del Vallés. Pero estuvo Ramon Berenguer IV el que, en 1148 después de recuperar nuestra ciudad, entró vencedor en Tortosa, premiando la Orden del Hospital de Sant Joan de Jerusalén con la donación del «castillo d’Amposta y sus términos».
La Castellanía d’ Amposta alcanzó gran poder y prestigio, en el tiempo del rey Pere el Gran, cuando en 1280, con la intención de recuperar bajo su poder los sitios claves del país, concedió a los Hospitalers los castillos y las villas de Onda (País Valencia) y Gallur (Aragón) a cambio del castillo y la villa d’ Amposta. Declinó su pujanza con Carles IV que incorpora en la corona todos los bienes de la Orden de Sant Joan de Jerusalén. Este monarca otorga la carta de poblamiento, el 28 de mayo de 1282, ratificada posteriormente por Alfons el Liberal y Jaume II, ordenando su vida jurídica según los Usos de Barcelona
El castillo de Amposta tuvo un importante papel en la defensa de Tortosa ante las pretensiones de Joan II. Desprendido de un acoso encarnizado, resistió durante ocho meses, fueron vencidos por un ejercito muy superior comandado por el príncipe Ferran, futuro Rey Católico, el cual difundió la victoria en junio de 1466. Vinieron tiempos muy difíciles, el Castillo fue derribado, la villa d’ Amposta contaba entonces con 16 fuegos, constantemente sometidos a los ataques de los piratas, no siempre turcos o berberiscs.
En el siglo XIX Amposta disfrutó de un incipiente aumento demográfico y urbano si bien se vio enturbiado por las repercusiones de la Guerra del Francés así como para verse convertida en escenario y protagonista de las guerras carlines, que sólo le ocasionaron conflictos y penurias.
El desarrollo destacado se produjo a lo largo del siglo actual, cuando contaba con 4000 habitantes, y vivía una intensa polarización política en turno a Joan Palau, de ideas monárquicas, enfrentado a Alfred Escriva de signo república. Habría que atribuir el intenso crecimiento al estímulo animado por esta rivalidad que exigía las más claras muestras de eficacia en el gobierno de la villa que, por Real Decreto de 19 de mayo de 1908, mereció el título de ciudad.
Al principio de Guerra Civil 1936-39, se vivió una etapa turbia, producto de un cierto confusionismo que en ocasiones acaba en tragedia. También jugó una importante acción la persistente línea de fuego establecida en las dos orillas del Ebro, provocando el exilio y recibiendo fuertes sacudidas. Acabada la confrontación, fueron superadas bien pronto por el intenso ritmo de trabajo y el alto espíritu de superación del campesinado. Se aprovecha la favorable neutralidad en el conflicto bélico de alcance mundial, con el alza de los precios en los productos agrícolas, empezando un avance extraordinario para buscar hitos antes impensables, hoy realidades, sin renunciar a seguir progresando.